sábado, 11 de diciembre de 2010

Hay mucho ruido.

Hay mucho ruido

Pese a que siempre fui realmente nervioso, mi oído es especialmente sensible, y no es por exaltarme cuando en realidad te expreso que lo soy, escucho cosas que nadie más les presta atención, pese a esto, puedo asegurarte que desde niño poseo un vasto talento musical, que por modestia me cuesta admitir, pero sin tomar en cuenta dicho talento, mi amor por la música era tal, que durante mi estancia en el conservatorio, me abstuve de relación alguna con cualquier otra persona que no fuesen mis maestros, para así gozar del placer que provocaba en mi alma retraída la música de antaño, al interpretar ciertas melodías que me atrapaban de tal manera que el mundo podía acabarse, pero yo seguiría tocando aquel violín, podría estar el universo en cuarentena, pero no repercutiría en mí, sé que afuera hay un colibrí aleteando rápidamente desafiando al viento mientras busca su alimento, penetrando su extraña lengua que asemejaba un fiero reptil hermoso y con plumaje verde, como una esmeralda viva, sé que hay extensos paisajes de mares y amplias estepas siendo recorridas por el caballo salvaje y libre, águilas surcando montañas con esa ávida mirada que les caracteriza, sé que hay peces tan hermosos volando en el agua asemejando un sinfín de criaturas que algún retorcido poeta creo y dio vida, pero sabiendo todo esto, no había placer alguno que me extasiase más que el arte de los sonidos, sin nombre… en silencio.

Esa tarde (como de costumbre, ignoraba como se encontraba pese a que me limitaba a salir solo cuando era abruptamente necesario) me encontraba frente a un atril tocando violín en la sala de mi pequeño apartamento, desaseado, había un sin número de partituras alrededor, las paredes color amarillo lucían un tanto sucias y descascaradas, había una ventana roja de madera, ya podrida por el paso de los años, no recuerdo cual era la pieza que estaba interpretando aquella tarde, lo que si recuerdo fue un abrupto ruido, que, como una bala perdida, o como el graznar de una horrida y decrepita ave, traspasó de oído a oído haciéndome sentir un escalofrió, aunque en realidad el estridente ruido sonaba más como algo realmente pesado caer al suelo, como es costumbre en el ser humano, no pude contener la curiosidad y me dispuse a asomarme por el agujero de mi puerta que dejaba ver lo que al otro lado se hallase. Cautelosamente, como si estuviese espiando un secreto de vital importancia, agudice la mirada y, maravillado, no pude apartar la mirada de aquella majestuosa obra de arte que frente a mi reposaba, ¡oh vaya mujer! Pensé en primera instancia, nunca había visto ninfa tan bella en mi vida, venus que todo pensamiento ocupa ya en mi alma, perfume de diosas, sonata hermosa, simplemente, Berenice.

Reposando junto a la pared, con la mirada perdida, esos ojos realmente obscuros recorriendo lentamente el pasillo era como ver los primeros pasos confusos e inocentes de un ser vivo, su cabello era lacio, tanto que un peine podría deslizarse sin dificultad con tan solo dejarlo caer, su abdomen era pequeño y sus caderas regularmente anchas, sus piernas bien torneadas aunque pequeñas, una joven mujer hermosa, su rostro era particularmente bello, su nariz era pequeña, una mirada cálida semejante a la de un infante esperando un regalo navideño, sus labios no estaban pintados, pero eran considerablemente deseables, sus mejillas sonrojadas y pómulos regularmente anchas, su cara mostraba una expresión monótona ¡que hermosa era! Sin percatarme conscientemente, sentí algo debajo de mi pantalón, hecho que ignore por los pensamientos que me llegaban a la mente, estos deseos que no había sentido aunque aún este a mitad del camino de mi vida, solo poder sentirla, poder pasar suavemente mis callosas manos por su suave piel blanca y poder deleitarme con el aroma de su pelo, sería el mayor grado de éxtasis que podría sentir ahora mismo, de pronto, escuche de súbito un estruendoso chirrido que hizo girar mi cabeza atrás de mí, no pude ver nada más que mi violín recargado tras mío… resuena… sin tomar en cuenta el tedioso ruido que percibí momentos antes, al devolver la mirada hacia la bella mujer que tanta dicha me había hecho sentir, note que había un segundo sujeto en el pasillo, -es el autor del ruido- pensé… el ruido… no alcanzaba a escuchar lo que hablaban, pero sentía que ese hombre vestido de cuero y con vulgar porte, era una mala persona, apreté mis manos intentando retraer esa extraña furia que recorría mi piel, quemando mis sentidos con el deseo de gritarle que se largase de una vez y dejase ya en paz a Berenice, me encontraba realmente nervioso, por mi cabeza pasaban barbaros demonios voladores aproximándose hacia aquel hombre, jinetes calavericos en caballos alados de ojos rojos, ciervos desfigurados pidiendo clemencia en el monte calvo, si podía escucharla, podía escuchar al mismo Modest Petróvich Mussorgsky, el alma de mi violín lo obligaba a tocar, invisible, el viento… ella…

Oh pobre Berenice, si tan solo pudieran entender el inmenso dolor que corroe su espíritu, pero ni siquiera el mismo diablo podría corromper su divino aura, desde aquella tarde en que la vi en el pasillo, durante ya algunas semanas que no pierdo detalle de lo que ella hace, o de lo que me deja ver, aunque solo sean instantes, no pierdo momento alguno para observar por horas la fisura de la puerta, y así ver a mi amada Venus, su vida me era familiar, sus amigas y amigas, era una persona activa o la felicidad que aparentaba tener, pero creo que comienzo a escucharlo, creo que esta celoso, debo cuidarla.

Ya casi serán 3 meses desde que observo los pasos de Berenice, oh por dios, lleva ya casi 2 semanas enteras que la pobre no para de llorar, escucho sus sollozos, que me apena admitir me causan un retorcido placer que no llego a comprender… ¿en verdad?... -¡calla aparato demoniaco!- grite exaltado -Eres tú el autor del ruido- y el callo otra vez, ¿es que acaso esta tan desesperado que cayó en tan irónica vulgaridad?, pero no perdamos el tiempo en ello… oh eh de ahí tu amor… no vale la pena, era ya de noche y esta vez, estaba dispuesto a salir de mi apartamento para dirigirme frente a frente a ella, me peine y me vestí con mis mejores prendas un tanto empolvadas, pero en buen estado, y me dispuse a ver a la dulce dama de cabellos negros, estuve a punto de abrir la puerta cuando escuche otra vez el rechinido infernal que surca mis oídos en dolorosos tiempos de guerra, en lugar de causarme temor, furibundo, me volví hacia el autor del ruido, tome aire y exclame; -¡ser lleno de envidia y sin alma! ¡Dejad de atormentadme de una vez!, ¿Qué no vez que tus patéticos intentos solo demuestran lo errado que estas?- y no escuche más que un absoluto silencio, -¡Diablo o ser espectral!, ¡admite de una vez como te eh ganado esta vez! Pues mi cordura es superior, que tu silencio ensordecedor- replique un poco temeroso esta vez, –¡explica ya tus vanas palabras sin sentido que mi paciencia has colmado!- grite en un ataque de cólera, y sin más opción, el demonio salió de gehena, este ser de ultratumba que conocía ya, no era nada más ni nada menos que el alma que mi violín había adoptado con el tiempo, el deseaba el alma de Berenice, quería adoptar su belleza para sus engaños y salir de una vez de su cárcel de madera.

Con una voz de tonalidad vieja y demacrada, me dijo –mi estimado reflejo, ¿Qué no entiendes que tú mismo te has engañado desde que esta mujer ha aparecido frente a ti?- me dijo relajado – no he hecho más que libertar el alma que, ¡tú!- reafirme –has encerrado en una extraña cárcel de placer-, acto seguido, exhausto, me deje caer sobre el sofá verde obscuro, note que estaba frio, y hacia un ruido extraño, un ruido similar al que hacen algunas paredes, tome aire inútilmente, ya que cualquier palabra que enunciase estaría de mas, así que me limite a mirarle fijamente, pero su pico retorcido, y sus cuernos de carnero me hacían sentir un inmenso asco, su olor era también repugnante, algo parecido a un sushi refrigerado por semanas y quizás ya un poco podrido, tomo su cárcel de madera, y toco una sonata realmente extraña, era una pieza totalmente desafinada, sus matices y compases eran exageradamente variables y me era difícil saber que tonalidad se le acercaba, mas sin embargo su dificultad era evidente, una complejidad extraña, y sin esperar ni un segundo, luego de haber terminado, dirigió su mirada de animal hacia mí, yo, perplejo, embebido en sus ojos totalmente negros, busque abrigo en él, ese diablo soñaba con cosas que no podía comprender, buscaba cierta música que el espíritu del vino no me podía ofrecer, pero, buscando la respuesta en sus ojos, encontraba solo mas celdas bañadas en líquidos similares al petróleo, pero más viscosas y pestilentes, sus ojos eran infinitos, cárceles que contenían más cárceles, una tortura infinita, pero él no tenía intenciones de hacerme daño, sus palabras resultaban reconfortantes y lógicas, mas sin embargo, solo yo podía escucharlas, ¿era yo el elegido entonces? Desde el día de mi nacimiento se me dio este don, escuchar, y ahora este bendito diablo me ha dado un nuevo don, el de la comprensión.

A través de mi ventana podía observar un pedazo del mar, quizás inconscientemente ese fue el motivo por el cual vivo aquí, que curioso, hasta ahora lo tomo en cuenta, yace tan apacible a simple vista, ¿Qué horrores ocultara? se ha presentado frente a mí el poeta retorcido que creo a los peces, esos peces que nos observan ciegos, al igual que nosotros vemos el mar sin poder observar directamente las barbaridades que bajo el ocurren, ellos nos ven, pero dicho poeta me ha revelado al fin, encarneciendo a viejos libros, la fórmula del verdadero amor, y todo se basa en una cosa, aquel sonido que los músicos respetamos más que a nuestras propias madres, a nuestro dios, el silencio mismo, esa siempre fue la clave ¡Gehena en verdad siempre fue mi amigo! Nunca lo dude. Pero basta ya de palabrerías, tengo miedo, solo me resta dormir, y soñar.

Todo estaba preparado, la noche estaba cayendo ya, y Gehena estaba a punto de comenzar a tocar, y tal como los dos planeamos el ritual, le dimos inicio, entre abrí la puerta exactamente a las 9:30 pm, hora en que Berenice regresaba de su trabajo, sabía que era una amante de la música, no una experta en el tema, pero su estado de ánimo le pedía un contacto sensible, contacto que yo le ofrecería, para luego darle el cielo.

Sin más preámbulo, me dispuse a tocar, mi alma unida al diablo, por un momento me sentí como aquel que su espíritu diabólico le inmortalizo en su instrumento, tan zagas en mi interpretación, nunca había sentido tanto placer, al tocar para alguien, y no solo para mí, a mitad de mi pieza, llame la atención de mi próxima Galatea a la que la vida cederíamos, secándose una lagrima, se acercó a paso lento hacia mi puerta, se recargo con una mirada de placer en el marco de mi puerta para terminar de escuchar la pieza que interpretaba, y con una sonrisa placentera y mirada perdida enunciaron sus labios; -fue muy lindo- ¡Oh! Vaya hermosura que es esta mujer, dentro de mi había un sinfín de burbujas intentando subir al cielo, pero debía concentrarme, lo hago por ella, -Es una pieza antigua- le conteste en porte de galán – ¿le conoces?- pregunte –no, pero me pareció muy linda- me respondió entrando a mi apartamento, hasta sentarse junto a mí, dirigiendo sus ojos llorosos directamente a los míos, sin tener idea del motivo de dicha mirada, pero miento en esto, ya que había imaginado el sin fin de posibilidades que podrían o no ocurrir, me conmovió realmente, dudando otra vez las palabras de Gehena, ¡debo ser fuerte!, ¿pero cómo ser fuerte ante la debilidad del amor?... si así es, termina… sí, es cierto, si la amo, debo aislarla del ruido infernal, pero cuando intente apartarme, para comenzar el ritual de lo eterno, ella tomo mi mano en un ágil movimiento y pego sus labios con los míos, esta sensación tan placentera me hizo sentir nuevamente los deseos que imagine la primera vez que la vi, las sensaciones, los olores y colores, y sobre todo el silencio. Atónito, relaje cada musculo de mi cuerpo, pase mis manos entre su pelo al fin, y mientras esbozaba una sonrisa satisfecha, con preguntas revoloteándome la cabeza sobre esta mujer que solo los dioses conocían en realidad, esta misteriosa diosa de ojos azules que turba mis sentimientos y alivia mi corazón, fue entonces cuando demostré el amor que sentía, me aparte de ella mirándola a los ojos, al igual que ella a los míos, desvié la mirada tras suyo, observando fijamente mi violín, sabiendo, y aceptando lo que debía hacer, debajo del verde sillón en el cual nos encontrábamos, sigilosamente, saque un pequeño bate de madera, viejo y tenía apariencia de estar húmedo, le golpee en la cabeza rápidamente, y cayo desmayada, ágilmente la tome en brazos, y comencé el ritual de la eternidad, de la mujer perfecta, fija como una estatua, aunque su cuerpo ahora está lleno de aserrín, sus ojos están vivos, y hermosos, perfectos.

Y ahora yace mi amada Galatea, apreciando eternamente el sonido de mi violín, acompañado de Gehena, yace mi creación perfecta, la mujer del oído más refinado, de la mirada más atenta, de la más exquisita belleza, le eh salvado gracias a mi amor, le eh creado con el cálido deseo del cariño puro, del silencio, eh de aquí la escultura de la eternidad, la perfección, la belleza, la venus, Galatea, simplemente, Berenice.

Luis Javier Cervantes del Angel.

Dibujo; Ilich Gallardo

1 comentario:

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