domingo, 26 de diciembre de 2010

Una historia de juguetes.

Las olas lucían apacibles aquel buen día de diciembre, pese a que era invierno, podía percibirse una reconfortante calidez que hacía imaginar que el invierno tenia alma de verano, las villancicos estaban próximos a escucharse y los niños comenzaban a alborotarse, el aroma a pino se percibía en el ambiente, y justamente esa mañana podían escucharse leves golpes dentro de una caja de cartón abandonada frente a una casa de clase media, en ella se escuchaban ligeros murmullos ¿Qué seria? Nada más, ni nada menos que unos revoltosos juguetes, esperando con cuantiosa paciencia al niño o niña que les adoptaría y jugaría con ellos, estos juguetes rebosaban de felicidad y buenos recuerdos de sus antiguos dueños, estos eran muy muy viejos, quizás del siglo pasado, pero no eran cualquier clase de juguetes, estos poseían el don de la vida, pero con la condición de solo usar este don cuando nadie los viese, así no se causarían una sorpresa inesperada ni alterarían lo que se toma por realidad, y esos juguetes accedían gustosos a seguir esta regla sin reproche alguno.

–¿ya llegamos?- dijo animoso Yacambú, expresando el júbilo que sentía, Yacambú era un títere de madera, había sido traído desde Venezuela muchos años atrás, y peculiarmente este estaba completamente en blanco, solo podían observarse sus ojos de botón y la pintura del resto de su cuerpo, ya dejando ver la madera bajo de esta debido al paso de los años. – ¡no aun no! – Dijo Michelle ya un poco desesperada, ella era una muñeca de trapo de cabellos rojos y ojos negros, tenía un vestido blanco y antiguo, chapas rojas en las mejillas y una gran sonrisa, - pero ya no nos movemos – respondió Yacambú, - creo que tiene razón, ya no nos movemos, ¡hemos llegado ya! – era Abejin, él era una abeja de peluche de grandes ojos saltones, color negro y amarillo como las abejas de verdad, -shh esperen creo que viene alguien- susurro Yacambú, los tres juguetes de antaño sintieron como levantaron la caja de cartón, emocionados estuvieron a punto de gritar, pero prudentemente contuvieron sus ánimos, cautelosamente intentaban ver por algún orificio de la caja, pero les resulto imposible, la caja se movía de lado a lado, subían de arriba abajo, -estamos subiendo unas escaleras- pensó Abejin, escucharon unas voces inaudibles para ellos, murmuraban cosas que no podían entender, quizás eran indicaciones, era lo más coherente, aunque la expresión de Michelle se tornaba reflexiva, Yacambú se preguntó porque, pero esta duda se desvaneció cuando súbitamente los juguetes volvieron a su estado inanimado al ser soltados sobre un suelo de madera. No había nadie en esa habitación, no había ningún niño que esperase su llegada emocionado, balbuceando las mil y un ideas en las que podría jugar, personalmente Yacambú decía admirar la imaginación de los niños, aunque este se lo decía a Abejin, pero no le comprendía, y cuando se lo decía a Michelle esta no le prestaba atención alguna, -¿dónde está el niño?- pregunto Abejin observando todo el lugar, -quizás no se encuentra en casa, y llegue más tarde- le respondió amablemente Michelle, Yacambú se limitaba a hablar, en realidad no tenía animo alguno de sacar alguna conclusión, o de persuadir a Michelle de alguna de sus ideas soñadoras, prefería distanciarse por un momento para así encontrar la respuesta de sus extraños ánimos, ya tenía lo que con tanto fervor deseaba durante los años de abandono ¿Por qué esa sensación? ¿Será quizás el ambiente?, no es demasiado agradable para el –es- susurro –el simple hecho de la ausencia de nuestro nuevo niño- dijo Yacambú sin saber que simplemente se estaba engañando a sí mismo. Esa noche no sucedería nada más, no les restaba más que dormir, por ahora, no hay nada más que intentar saber e indagar, aquellos que cobran la vida misteriosa, la belleza compleja, deberán morir una vez, ya nacerán al día siguiente.

-¡ya es navidad!- grito Abejin emocionado, hecho que despertó a Yacambú compartiendo la felicidad que sentía, Michelle, también alegre se despertó con pereza, pero en ese instante escucharon pasos que se aproximaban. – ¡alguien se acerca!- grito alarmada Michelle-, a lo que los juguetes se quedaron inmóviles por inercia, pero los ojos de Yacambú seguían alertas, no podía evitar estar vivo para ver al infante que tanto habían deseado, quería que jugasen con ellos, y así, su mágica existencia tendría algún sentido, el momento esperado por los tres juguetes de ébano, su razón de vivir, entonces, ¡se abrió la puerta de golpe!, y entro una bella niña con un conejo de peluche en mano, su cabello castaño estaba recogido por una coleta, ojos de un café fulminante, sus facciones eran típicas españolas, no tenía nada en particular, si no la belleza que todos los niños poseen, esa atracción tierna que despiden cada uno de ellos, con sus acciones y ocurrencias. La pitusa de ojos negros aventó el conejo hacia su cama, distraída completamente, quizás algo aguardaba más importante que sus viejos juguetes, pero antes de cerrar la puerta, se detuvo súbitamente, y dirigió su mirada hacia sus tres nuevos y desconocidos juguetes, más específicamente al títere latino, se quedó quieta por unos instantes observándole detenidamente desde los escasos dos metros en el cual se encontraba… se acercó al estante…, y tomo al monigote por el torso observando directamente sus ojos de botón, Yacambú por su parte se quedó embebido en su fulminante mirada, con la mente en blanco, después de unos instantes, escuchosé un grito -¡Andreina!-, aulló una voz seca de un hombre maduro, de manera lenta y delicada, la niña dejo a Yacambú en el estante de pintos colores en el que yacía, Yacambú no podía dejar de verle a los ojos, Andreina le sonrió, y exclamo en una voz suave, sin dejar de sonreír, –ayúdame-, lentamente salió por la puerta, dejándola entreabierta, y sus pasos dejaron de escucharse lentamente, hasta quedar en silencio.

Andreina… recitaba el títere, una y otra vez, en voz baja, -es realmente hermosa- dijo Michelle impresionada, mientras se acercaba lentamente a Yacambú, -¿pero qué hay del nuevo?- enuncio Abejin intentando subir a la cama donde se encontraba el conejo de peluche, los tres reaccionaron percatándose de que había un cuarto juguete aguardándolos en la cima, así que, con trabajos escalaron la cama ayudándose mutuamente, hasta que al fin llegaron, fue entonces cuando una ráfaga de viento irrumpió sin permiso alguno, era tan fuerte como el del tercer círculo infernal, la lluvia eterna, y acompañado de esta, entro aleteando sin problema alguno una descarada mariposa negra, que se posó en una esquina de la habitación, sus alas parecían tener ojos que les observan fijamente, era inquietante, a lo que los juguetes sintieron un escalofrió de muerte, pero esta mariposa, solo se quedó ahí sin hacer nada más, a lo que se sintieron más tranquilos, pese a que dentro de sí sentían unos nervios escalofriantes. -¡Hola!- exclamo Abejin lleno de júbilo hacia el conejo blanco, pero este solo se quedó sonriendo y observando el techo, -nosotros somos juguetes nuevos, ¿Cuánto tiempo llevas con la niña?- pero el pálido peluche seguía con la mirada fija en el techo, Yacambú se limitó a proferir alguna frase, solo miraba fijamente al conejo que reposaba frente a él, como si estuviera… -muerto- dijo inexpresiva la mariposa que les observa con sus alas –ese conejo esta tan muerto como ustedes querrán- Yacambú estaba aterrado, y espero a que Michelle o Abejin le respondieron algo a la prepotente mariposa, pero pareciera que estos no la escuchaban, al instante comprendió que ese insecto poseía un aterrador misticismo y solo lo escuchaba el, sus colegas intentaban despertar al conejo, pero no presto atención a lo que ellas decían, todo su mundo estaba centrado a la mariposa, inmóvil, sin expresión, ya sin decir nada, observando el desenlace que ya conocía, riéndose entre dientes.

Pasaron varios meses, y Andreina apenas y tocaba sus juguetes, el tiempo era un factor irritante, ¿es que serían desperdiciados una vez más?, mientras la mariposa seguía varada en la misma esquina observándoles, Michelle y Abejin aun intentaban despertar al conejo de peluche, y Yacambú, por su parte, no podía sacarse de la cabeza las palabras de la mariposa, ¿a qué se refería? Pero tampoco podía dejar de pensar en Andreina, en la única palabra que escuchó enunciar de sus labios ¨ayúdame¨, sabía que algo quería decir, así que después de un tiempo decidió averiguar el misterio que encalla esta historia.

Esa noche, Yacambú estuvo al asecho, y esperó a que sus colegas se durmiesen para así poder salir sin que sus amigos se preocuparan, de un brinco bajo del estante, y retadoramente fijo sus ojos de botón en la aterradora mariposa que trajo el frio viento, como era costumbre la puerta se encontraba entreabierta, y esta hendidura que había entre la puerta y la pared dejaba entrar una pequeña luz que alumbraba el camino del títere blanco, a peso lento fue acercándose a la puerta, pero justamente cuando se disponía a poner un pie fuera de la habitación, un pequeño zapato (grande para el) se paró frente a su camino, y en reacción este pego su cuerpo contra la pared para que no lo viesen, era Andreina que estaba a punto de dormir, pero cuando la infante se disponía a entrar a su habitación, dio media vuelta y se dirigió hacia otro sitio. La mariposa rio a carcajadas, lo que causo la cólera de Yacambú y sin reflexionar lo que hacía, siguió cautelosamente los pasos de la pequeña Andreina, que entro a otra habitación distante, pero justamente a punto de llegar a mitad del camino, escucho pasos que venían desde la habitación donde Andreina había entrado, pero no se le ocurría donde podía esconderse, así que simplemente se dejó caer inmóvil al suelo –seguramente recogerán y me devolverán al estante, mi plan esta arruinado, pensó- pensó, mas sin embargo no fue así, vio a una mujer caminando apresurada, y sintió como una pequeña gota cayó sobre él, pero no le presto mucho atención a esto, así que, sagaz, se levante una vez más, y se dirigió hacia el cuarto donde Andreina había entrado, pero se encontraba cerrado, mas sin embargo este no había perdido los ánimos aun, escalo forzosamente la puerta hasta llegar al pomo de la puerta, se asomó por el agujero del puño observo lo que ahí dentro ocurría, podía observar a Andreina acurrucada en la esquina de una cama de gran tamaño, abrazando sus piernas, estaba en bragas y tenía el cabello suelto, pero una sombra voluptuosa iba tapando la luz poco a poco, tapando por completo a la joven Andreina, de apenas doce años, esta otra sombra pronto pudo notar que era la de un hombre, obeso y la única prenda que llevaba era una camisa de vestir, roja y con rayas verticales, era calvo y velludo, el confundido juguete no podía ver su mirada, pero esta era babeante, como ya una vez había sucedido en una triste melodía, este hombre no se parecía mucho a Andreina, en su brazo izquierdo podía apreciarse un reloj de imitación color plateado, sus brazos eran intensamente velludos, y en la mano derecha tenía un cinturón color negro y y de hebilla dorada, que luego de haber gritado fuertes palabras dirigidas a la niña acurrucada en la cama, desenrollo, y de dispuso a golpear a Andreina, Yacambú sorprendido y furibundo por lo que estaba viendo no sabía qué hacer, -¡hombre que te atreves levantarte en contra de dios, dejad el martirio hacia sus querubines de una vez!- grito sin pensar en el riesgo que corría, pero nadie le escucho, tan solo se limitó a ver como Andreina era golpeada una y otra vez por aquel hombre obeso, repugnante, en realidad tenía una gran sensación de impotencia, y un sentimiento de ira, mezclado con una inmensa tristeza, luego de varios minutos, este hombre paro, se dirigió hacia la puerta y le puso seguro para que nadie entrara, ¿ahora que trama?, acto seguido, entre sollozos de la pobre infante, este hombre se acercó, parecía consolarle, pero su mirada, que ahora Yacambú si podía apreciarle con fastidiosa notoriedad, no indicaba ninguna sensación de culpa, remordimiento o de lastima, si no de deseo, sus sucias narices olfateaban poco a poco las piernas desnudas de Andreina, hasta llegar al pequeño calzoncillo, la miro a los ojos y se dispuso a comenzar una vez más su infierno, el infierno perverso de la pederastia, tocando cada una de las partes de su cuerpo de la manera más aberrante que he de existir, excitándose por la atrocidad que estaba cometiendo, Andreina, por su parte, mantenía los ojos cerrados mordiendo una almohada, quizás imaginando algo bello para as creer que estaba en otra parte, en otra vida, compartiendo el gélido deseo de Yacambú, ellos solo querían jugar, solo querían algo bello de verdad, un angelical toque de dioses… imposible, Yacambú paso toda una noche en el infierno, siendo observado por la mariposa, burlándose de él, tan solo de él.

Al día siguiente, Yacambú no pronuncio palabra alguna, sus amigos estaban preocupados por el, y la mariposa negra solo esperaba el irónico resultado de aquella aterradora noche, Andreina aún seguía viendo a s títere preferido, encontrando en su simpleza una belleza cautivadora, pero Yacambú sentía tristeza y lastima al saber la verdad, pero luego de días de fría reflexión, llego a su cálida y valiente decisión, no se quedaría ahí, si no que le ayudaría, pues para eso fue dotado de vida, para hacerle feliz, así bien, elaboro su plan, mientras la mariposa reía.

Su plan consistía en atraer a su madre justamente en el momento en que el abusador estuviese con Andreina esta le viese, deseaba poder hacer más, pero su credo no se lo permitía, y espero pacientemente a que esto ocurriese, espero varios días, ya que por suerte el infierno no se presentaba tan a menudo, y con misteriosos susurros que solo los seres míticos como ellos podían emitir, la atrajo hacia la habitación, y luego de estar anonadada frente a la puerta unos momentos, se dio media vuelta enojada, pero al darse media vuelta tropezó con el valiente títere de ojos de botón, y luego de observarle fijamente unos momentos, con el juguete en mano, dios varios toques desesperados a la puerta, que se encontraba con seguro, Yacambú perdió las esperanzas unos momentos, pero de repente, la puerta se abrió lentamente, como si hubiera un fantasma bienhechor ayudándole, al entrar en mano de la mujer, pudo observar el nauseabundo acto de violación, y a la mariposa posada ahora en la esquina de aquella habitación, la mujer dejo caer Yacambú al suelo debido al impacto de tan perverso cuadro, sollozando, y con trabajos dijo su madre –yo… no lo creía que era cierto porque te amaba, ¡no lo creí!- lo había logrado, fue entonces, que Andreina, a medio desvestir, y con lágrimas en los ojos, corrió hacia su madre gimoteando con emociones confusas de su vida, recogió a Yacambú, le abrazo junto a su madre, libre quizás, libre de él, pero no libre de sí.

La mariposa había dejado de verse rondando por la casa, junto con el conejo inerte, al parecer había vuelto la felicidad, mas sin embargo, Andreina seguía sin jugar con sus juguetes, solo se limitaba a observar a Yacambú, sonriéndole, pero esta vez, se sentía una sensación de libertad, que con el tiempo fue borrándose, el tiempo pasaba frio para los otros juguetes que dejaron de ser partícipes de esta historia, y otro hombre podía verse rondar por la casa no muchos años después de lo acontecido, era el nuevo esposo de su madre, -pero las cosas han cambiado- pensaba Yacambú intranquilo de que la historia se repitiese, pero no… no otra vez, y así pasaron cinco Largos años.

Era la víspera de navidad, la habitación de Andreina había cambiado mucho, al igual que ella, tenía diecisiete años y era una hermosa mujer, ahora se lo dejaba siempre suelto, lucía una ropa completamente diferente, era más alta y poseía una figura atractiva para los hombres, pero Yacambú, postrado entre telarañas en el estante de colores la seguía viendo como la niña que fue ayer, aun veía sus ojos cafés fulminantes, y pese a que ya no le prestaba la atención de antes, estaba feliz de saber que la había hecho feliz y eso le bastaba para seguir naciendo cada día para poder verla desde su mirada de antaño y sus ojos de botón, pero exactamente a las 11:58 PM, una ráfaga de viento irrumpió en la habitación de Andreina, y sin dificultad alguna, entro revoloteando la misma mariposa negra que entro hace cinco años, y otra vez, se posó en una esquina de la habitación, y riendo sarcásticamente dijo: -¿tienes ahora lo que quieres?- Yacambú no le contesto nada por unos instantes, pero después de controlar esa ira que había desarrollado a tan peculiar insecto, le respondió de mala manera, -no tienes nada que hacer aquí, plaga de calamidades-, la mariposa rio discretamente otra vez, -si no tuviera nada que hacer aquí me encontraría en otro sitio- le respondió, -dime entonces espectral aparición que tanta fobia me causas, ¿ha que has venido?-, los dos seres míticos guardaron silencio por unos instantes, y la mariposa le respondió; -justamente ahora, que faltan dos minutos para la media noche, ve a ver a tu amada Andreina a la habitación donde dices tú, fue el infierno, entra y juzga si algo está mal, si es en verdad que este existe, comprueba tú mismo si perteneces a este mundo, Yacambú no enuncio palabra alguna, de un salto bajo del pintoresco estante, observó por varios segundos los ojos de la mariposa, o sus alas que los asimilaban, observo su repugnante presencia que repercutía una intranquilidad infernal, sus alas eran tan negras, tan obscuras y tenebrosas, su presencia era en realidad aterradora, la fobia.

Una vez más se encontraba el títere blanco recorriendo el pasillo, no había ningún ruido, no se encontraba la madre de Andreina en la casa, estaba sola con su padrastro, ¿quizás por eso vino la mariposa? ¿es que se volverá a repetir el vienta de la lluvia eterna?, su paso era lento, temeroso, estaba realmente intranquilo, tenía miedo, la sola presencia de la mariposa lo hacía sentir escalofríos, esta vez se sentía completamente solo, no estaba Michelle ni Abejin para intentar consolarle, estaba solo frente al miedo, solo frente a la catástrofe, se encontraba totalmente solo, frente a la verdad… reflexionando… y abruptamente estas reflexiones se vieron interrumpida por la enorme puerta de madera, le observo atentamente intentando dejar pasar en vano el tiempo, encarnecido a sí mismo por lo inútil que resultaba, y sin más preámbulo, subió hasta el pómulo de la puerta, y en contra de su propia alma, se asomó por el agujero de esta, decepcionado de lo que sus ojos de botón podían ver, Andreina, aquella dulce niña que lloraba, aquella victima abusada de la perversión de su padre, ahora ella asumiendo un papel confuso para Yacambú, esta vez nadie la golpeaba, nadie le obligaba a nada, era ella la que mantenía una relación con sexual con su padrastro, ¿Por qué? Se preguntaba Yacambú, ¡¿Por qué?!, decepcionado por lo que veía, y sin poder apartar la vista de ahí, pregunto a la mariposa; -¿Cuál es tu nombre?- y este finalmente le respondió, -soy el que soy-, el no despertara más, esta frente al terror.

Luis Javier Cervantes del Angel.

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